Cerrar el grifo a los partidos

LENIN fue el gran revolucionario del si-glo XX, después, tal vez, de Mao Tse-tung. En La enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo establece dos leyes claves para la propaganda política: la repetición y la dosificación. Sin reiterar las ideas una y otra vez no se consigue nada. Si se hace con exceso el resultado será estéril. Es el «pas trop de zèle» de Chateaubriand.

En los últimos años he dedicado una docena de artículos a desarrollar como fórmula imprescindible para la regeneración democrática de la vida española la promulgación de una ley que, en síntesis, establezca lo siguiente: «Ningún partido político, ninguna central sindical, podrá gastar un euro más de lo que ingrese a través de las cuotas de sus afiliados». Y añadía que era aceptable, como aportación complementaria a la financiación, el 0,7% adjudicado de forma voluntaria por el contribuyente en la casilla de la declaración de la renta que se habilitara para este fin. Es decir, lo mismo que el Gobierno Zapatero estableció para la Iglesia Católica.

A lo largo del tiempo, he recibido más de un centenar de cartas de dirigentes políticos dando la razón a mi propuesta. Pero el cinismo de algunos, tal vez de muchos, tiene bloqueada la cuestión. Los partidos se han convertido en un gran negocio y, además, en agencias de colocación de parientes, amiguetes y paniaguados. Los políticos aprueban en el Congreso de los Diputados las subvenciones públicas directas o indirectas en favor de sí mismos, los ingresos por voto conseguido en las dos cámaras del Parlamento, las contribuciones económicas a las campañas electorales y un largo etcétera de prebendas. Dejo aparte las mordidas en las concesiones de obras públicas y otro tipo de licencias, amén los privilegios parlamentarios, los viajes gratis total, las dietas innecesarias y otras mil trapisonderías, todo lo cual ha conducido a que el ciudadano medio, que no se chupa el dedo y está al cabo de la calle del saqueo al que nos someten los partidos, haya instalado a la clase política en el tercero de los diez grandes problemas que atosigan a los españoles.

Escribo esto para referirme con satisfacción a una gran noticia de la semana: el nuevo Gobierno italiano ha aprobado abolir la financiación pública de los partidos políticos. El Ejecutivo del señor Letta ha puesto en marcha lo que hace 20 años aprobaron los italianos en referéndum por abrumadora mayoría: derogar la financiación con dinero público de los partidos.

Si el Parlamento aprueba la propuesta de Letta, las formaciones políticas se financiarán a partir de ahora a través de las cuotas de sus afiliados y de donaciones privadas convenientemente reguladas. Ah, y se abrirá una casilla en la declaración de la renta para que los contribuyentes que así lo deseen dediquen al partido de su preferencia un 0,7%, igual que se hace con la Iglesia Católica en España.

Sería gravemente calumnioso afirmar que Rajoy y Soraya se disponen a proponer aquí lo mismo que se ha hecho en Italia. Su entusiasmo por la fórmula del país vecino es perfectamente descriptible. Lo que caracteriza a la clase política española es, en líneas generales, la mediocridad y el cinismo. Y, hasta que la indignación popular estalle, seguiremos padeciendo el despilfarro de los partidos políticos a costa del dinero público, es decir, de los impuestos con que se sangra de forma inmisericorde y casi confiscatoria a los ciudadanos.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.